Llueve.
Cada vez que algo definitivo sucede, el cielo se deshace en curiosidad, me dirige sus dedos morbosos y me atosiga con sus golpeteos.
El viento frío me roza como una caricia desesperanzada, y en el viento se hace visible un latido inquieto: el corazón que se niega a olvidar.
Hoy ha llovido.
Hoy, de nuevo, todo ha sucumbido bajo el peso de la Desolación.
Y vuelvo a escribir. Esta vez en un formato nuevo. Tal vez huyo de la tentación de entregarle a alguien mi texto. Tal vez juego con esa posibilidad.
Escribo abiertamente, para un público que no llegará. Porque es un asunto de soledad.
Sólo importa condenar al olvido y mantener la nostalgia.
martes, 1 de junio de 2010
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