Te has vuelto más densa, en el espectáculo maravilloso de los niñitos preescolares tarareando canciones y poemas a media lengua... un recordatorio de nuestro proyecto inacabado, ese de traer a este mundo maravilloso y difícil una vida, y llenarla de magia y de fortaleza, orientarla a ser buena. Ahora soy un tío, coqueteando con la soltería, ajeno a las insinuaciones y reproches de la familia.
La música sigue aquí, a despecho mío, saliendo de mis dedos y de mi corazón. Un pequeño recital, un piano y una muchacha que descubrió mi arte moribundo. Un par de misivas cordiales, unos ojos claros que me miran con una interrogación simpática. Un montón de insinuaciones desoladas (claro, ella no lo sabe, acerca de nuestra historia, de tu ausencia... la mayoría de las personas lo ignoran, claro, para qué andar con mi luto a cuestas ante la gente ignorante, que me resulta inútil) y su corazón saltando en la expectativa, en la sorpresa de mis historias (nuestras historias), de mis canciones (nuestras canciones), de mi sensibilidad (nuestra sensibilidad) Algún día lo sabrá, y seguramente responderá con las mismas muestras de dolor empático y optimismo desvalido, o tal vez se ría, como lo han hecho tanto, de un imbécil que prefirió cumplir su juramento de amor sublime.
Volví al anillo. Ya no me lo quito. La excusa es sencilla: "lo uso para ahuyentar inoportunas"... cuando en realidad no hay manera de ahuyentarlas. Pero lo necesito, la sensación de presión suave, como un arnés que me sostiene.
Hoy decidí escribirte algo, para mantener vivo este espacio anónimo, para jugar con unos espectadores conmovidos.
Hoy sigo amándote. Hoy seguís doliéndome. Es lo único que puedo ofrecerte, ahora que no podés recibir nada.